Escritores y periodistas saquean editorial multinacional
Juan Ignacio Boido es el nuevo director editorial de Random
House Mondadori en la Argentina. Reemplazó a Pablo Avelluto al frente de
la filial local del grupo editorial más grande del mundo, que hace
pocos meses se fusionó con otro gigante: Penguin. Días atrás se organizó
un copetín para inaugurar las nuevas oficinas de la editorial y darle
la bienvenida al flamante editor, que en realidad no necesitaba mayor
presentación puesto que conocía a casi todos los autores, periodistas y
editores que fueron hasta la sede de la editorial en San Telmo, porque
Boido dirigió hasta el año pasado el suplemento Radar, de Página 12. Y,
como recordó al pasar, “hizo todas las inferiores”; vale decir, laburó y
ascendió en la escalera sinuosa y resbaladiza del periodismo cultural.
Alan Pauls, Juan Sasturain, María Moreno, Tute, Leonardo Oyola, Maitena,
Juan José Sebreli, Sergio Bizzio, Lucía Puenzo, Marcos Aguinis y siguen
las firmas que dijeron presente. Lo importante, en realidad, es que
algún cerebro maquiavélico de marketing o de prensa de la multinacional
merece un aumento. Alguien merece ser premiado –no por seducir con copas
y bocadillos; viejo truco– sino por provocar el cuadro dantesco que
implicó poner pilas y pilas de libros para que los asistentes se
llevaran un souvenir. Algunos arrancaron con pudor, pero las burbujas
hicieron el resto. Había que ver a escritores con premios a cuestas, a
autores de tanques editoriales y a periodistas que saben qué es eso de
recibir paquetes de libros, sucumbir ante la tentación de llevarse
ejemplares para todos los gustos. Desde literatura infantil a sesudos
ensayos políticos, pasando por reediciones de clásicos en tapa dura o de
bolsillo, hasta la obra completa de Borges. Los que al principio
agarraban de a uno con pudor, apilaban ya sin elegir demasiado. Con ojo
clínico, alguien notó que entre tanta intelectualidad, una de los
primeras pilas en desaparecer fue la de las Cincuenta sombras de Grey .
Una biblioteca, que parecía ajena a ese saqueo sin precedente, fue el
último bastión en caer. Un colega con menos escrúpulos y más intrépido
se coló en algunas de las oficinas que daban al salón para elegir un
ejemplar de la biblioteca personal de un editor. En ese marco lo
invitaron o forzaron a Boido para que se trepara en una silla y dijera
unas palabras de ocasión. No se escuchó demasiado, pero todos levantaron
la copa y aplaudieron fuerte.
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